En el 1980, casi todas las casas en Lagartera tenían un solano, una habitación en la planta alta de la casa con una ventana muy grande, que daba suficiente luz para coser cuando hacía demasiado frio para estar fuera, o estaba lloviendo. La calefacción muchas veces venía de un brasero de picón. También el sol calentaba la habitación durante el día, cuando se usaba el solano. Aun así, no andabas ligera de ropa en el solano y a veces se llevaba una bata contra el frío, como un abrigo para dentro de la casa, que te dejaba más libertad de movimiento para coser que un abrigo de verdad.

Coser en el solano significaba estar en un sitio más privado que la calle o el patio.  Parientes y vecinas cosían juntas enel solano, pero el espacio era limitado. Empecé a coser en el solano de Magdalena y de su madre tía Filo, con sus parientes y vecinas.

Aquí, Magdalena con su prima Carmen.

Como por aquel entonces yo era bastante tímida, saliendo del mundo encerrado de los libros a la luz del día, no solía hablar mucho en voz alta. A Magdalena le gusta enseñar (y mandar), y muy pronto me dijo que hablaba como un fantasma saludando en voz baja que no se oía. Me mandó salir del solano, y entrar otra vez diciendo BUENOS DÍAS en voz alta. Yo antes había vivido en Madrid, y para muchos de Madrid, el lagarterano no es fácil de entender. Magdalena fue mi profe de lagarterano. Como buena profe, ella hablaba con claridad, con una pausa de vez en cuando para ver si había entendido la alumna, y daba explicaciones con una seguridad total, aunque a veces éstas fueran algo improvisadas.

Pronto ella y sus vecinas me enseñaron a hacer repulgo, lo que, en aquellos tiempos, sabía hacer una niña lagarterana con cinco años. Luego aprendí contar y sacar hilos, cuajar, y bordar contando los hilos. Solo las mujeres mayores sabían sembrar, y me sembraron los diseños para un mantel de doce, tía María, tía Pilar y tía Petra.

Iba al ayuntamiento por la mañana para estudiar datos, y cosía por la tarde. Fue agradable trabajar en compañía, en un sitio con calor y luz, incluso los días de mal tiempo.

En esta foto del solano un día de lluvia, se ve Magdalena, tía Mara, tía Pilar, y a la derecha aparece Amada.

A veces charlábamos, otras veces, escuchábamos la radio. En ocasiones, había visitas de parientes y niños.

Aquí se ve Mª Teresa, tía Amalia, Raquel de Hortensia, y tía Petra.

Saqué muchas fotos de tía María, porque cosíamos mucho juntos, siempre parecía estar de buen humor, y no le importaba que le sacara fotos.

Aquí descansa para la merienda. Sacó un cuchillo pequeño de la falda, y explicó que valía para defenderse contra posibles atracos cuando iba a Madrid. Para tía María, el mundo había cambiado rápidamente. Poco antes había usado un teléfono por primera vez.

A veces tía María cosía en el solano de Magdalena y tía Filo, otras veces en la entrada de tía Petra, donde también entraba luz por una ventana grande.

También yo iba de visita al solano de tía Piedad, donde cosía con sus hijas.

 Aquí se ve a tía Piedad.

Y también yo cosía en el solano de Mª Francisca y su hija Amada.

Aquí está Mª Francisca. Tenía una cesta para guardar el bordado, más fina y pintoresca que las cajas de cartón que usaba mucha gente.

También venían parientes a coser aquí, como Irene.

Irene cose cerca de la ventana para ver bien la labor.

Y a veces venían amigas.

Como Pili la Confi.

Cuando pregunté a Magdalena ¿qué te gustaría hacer para ganar la vida, si pudieras escoger? Me contestó ¡Cualquier cosa menos coser! En Lagartera había pocas oportunidades para las mujeres en aquel entonces, y menos si no tenías suficiente dinero para estudiar o empezar un negocio. Así casi todas las mujeres o cosían, o vendían bordados, o combinaban las dos actividades. Pero a Amada sí le gustaba coser, y se especializaba en labores finas.

Se nota que está creando una joya. Amada es una mujer con muchos talentos, para el diseño, el teatro, y la música. Como Magdalena, es muy expresiva, y sabe comunicar. Las dos se fueron a Inglaterra conmigo, y se entendían muy bien con mi madre, por su lenguaje corporal. Un gesto puede decir más que cien palabras.

A veces yo iba al barrio de Pozo Nuevo, para ver a Mari Mar, una madrileña que hacía su Masters en Lagartera. Allí conocí a Paloma, una lagarterana que ha retratado el pueblo con su pincel y con mucho cariño.

Aquí están de izquierda a derecha su tía Marciana, en medio, su madre, Felisa, y María Pascual. Estaban cosiendo en su colcha de novia. Estas colchas necesitaban muchas “puntadas”, mucho trabajo, y cuando una boda era inminente, las parientes y vecinas ayudaban a terminarla.

El solano es un sitio agradable de día, y apto para las reuniones de amigas.

Aquí están Magdalena, su perro Dyc, María Jesús, y Paloma en el solano de Álvaro, un amigo de Madrid que tenía casa en Maestro Guerrero.

Hoy día, han desaparecido muchos solanos, y de los que sobreviven, muchos están abandonados. Sirven para secar la colada los días de lluvia, o para guardar trastos. Si entras en un solano hoy, puedes imaginar el mundo femenino de aquellos tiempos, la radio, los suspiros cuando la labor cansaba los ojos, y la risa de conversaciones divertidas con las parientes y vecinas.

Alison Lever, Lagartera, Toledo, abril 2022