Son las ocho de la mañana del mes de octubre. He oído sus graznidos y me he asomado a la ventana. Y sobre el cielo gris de las primeras luces del alba, las he visto. Majestuosas, ordenadas, formando un semicírculo siguiendo a la que va en primer lugar dirigiendo el camino. La que sabe la dirección de los vientos, la más sabia, seguramente la más vieja. Son mis admiradas y sorprendentes grullas.

Vienen del Norte con dirección Oeste, rumbo a mi próxima Extremadura.

Las busco y escudriño con la mirada y cuando las distingo entre los sembrados de trigo primero y después debajo de las encinas, una sensación de plenitud me inunda.

Durante el invierno me gusta verlas comiendo en las dehesas. Y cuando regresan a dormir a las orillas del pantano.*

Son cientos las que se agrupan para pasar la noche.

Mis años se rigen por dos ciclos. El primero lo marcan las grullas, me traen el invierno, tiempo de trabajo activo y sosegado. Contrapuesto a lo que hacen otros animales como los hurones, los osos y demás que se dedican a hibernar.

El otro ciclo comienza cuando se marchan las grullas y llegan las golondrinas. Éstas me traen otra forma de vida. Más movida y fiestera. Complemento del anterior ciclo.

                                                                                Guadalupe Suela, Lagartera, October, 2021

Embalse de Rosarito – Wikipedia, la enciclopedia libre

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